Recorrí despacio los espacios de sabores infinitos, me hacías
señales con las manos, para indicar cual sería el siguiente detalle que
descubriría mi lengua en este viaje. A cada paso se escondía con la fricción
del aire, un silencio gustativo, un segundo de limpieza, de donde brotaba la
reacción a la sensación que percibía mi lengua. Te miraba, perdida en tu propia
marea, sopesando el valor de cada ingrediente que mezclaba tu cabeza, entonces,
ya decidida, con la magia de tus manos, hacías manifiesto un nuevo sabor, a
veces lo mezclabas con el mundo, de una manera en la que no sabía si ya había
estado siempre ahí o si tú lo habías creado. Una cosa era cierta, si no
estuvieras a mi lado, recorriendo el mundo, bocado a bocado, quizá nunca habría
sentido esa sutil transparencia en lo que es tenue, la sinestesia de sabores y
colores que se gestan día tras día. No existe la perversión en algo tan puro
como lo es tu creación culinaria, lo único profano, es cuando en mis manos,
aparece el trueno, el recuerdo del tacto de tu espalda que me electrifica, al
sentir tus alas, mi ángel de luz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario